La llamaban La Madrina

Trini (Lina Morgan), hija y nieta de truhanes, que ahora ejerce un trabajo honrado como cajera de un supermercado, monta en cólera cuando ve a su padre condenado por la justicia, ya que ha robado treinta y seis kilos de electrodomésticos. Por este motivo, abandona su trabajo para ejercer la dirección de una muy particular escuela de ladrones, un grupo de raterillos madrileños de poca monta, a los que dirige, aunque en el fondo ella es una mujer particularmente honrada. La casualidad hace que los proyectos de una turbia y peligrosa banda internacional se unan con los manejos de estos rateros, a partir de que un contacto extranjero llegue a la capital española con objeto de cerrar un trato e intercambiar un maletín. Lo que Trini desconoce es que, dadas las peculiares técnicas utilizadas por su banda, la policía decide utilizarla para desarticular a los gánsteres internacionales.